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Crisis y conciencia: el triste final de un proyecto que nunca existió

Adoptar una actitud razonable frente a la mentira en política es sorprendentemente difícil. Por un lado, la animadversión que producen ciertas figuras políticas puede provocar una percepción exagerada de la frecuencia con la que los políticos mienten y del reproche que merecen cuando lo hacen. Por otro lado, el rechazo que produce la imagen de que las decisiones políticas dependen de las escaramuzas entre agentes dedicados a perseguir su propio interés puede llevarnos a conceder que la moral no aplica a la política.

El debate teórico contemporáneo sobre la mentira en política busca huir de ambos extremos. Una pregunta importante para la consideración filosófica de la mentira política es si esta constituye un fenómeno diferente al de la mentira común y actual. Aunque muy raramente planteada, esta pregunta es imprescindible para elegir el mejor enfoque de este trabajo y contextualizarlo en nuestra sociedad, pues, si no hay diferencias relevantes entre la naturaleza de la mentira común y la de la mentira política, las investigaciones éticas sobre aquella bastarían para comprender los aspectos más acuciantes de esta. Pero si las hay, es necesario caracterizar precisamente aquello que hace especial a la mentira política, considerar cuál es su estatus moral, cuál es el distintivo daño o perjuicio que produce y cuáles deben ser las reacciones morales y legales más adecuadas.

Es evidente que seguimos inmersos en los ideales de los setenta. No ha habido cambios ni modificaciones significativas en ningún sector. Los discursos siguen siendo los mismos, las practicas sociales las mismas, la administración con los mismos sujetos y el eterno miedo perpetrado en el corazón de nuestra gente.

Un discurso común al que se han acomodado los representantes de la política de nuestra sociedad, independientemente de que sea un objeto de distracción y persuasión tan archiconocido como cansino, ha sido mostrar la realidad de un proyecto inexistente enfocado en una juventud inexistente. No es extraño escuchar en nuestros líderes que los jóvenes son el futuro del país cuando necesitan apoyo para conseguir sus objetivos.

 ¿A qué jóvenes se refieren?

Quizás estos que viven de la dependencia absoluta de la borrachera y la intoxicación de sustancias estupefacientes, o aquellos refugiados en las iglesias sectarias por desesperación en busca de un consuelo que no encuentran en la sociedad civil, o aquellos que están siendo envenenados y transportados en los cementerios o simplemente, aquellos que vivimos marginados por carecer de padres y padrinos pudientes procedentes de un determinado lugar pudiente.

Esta es la juventud que ha formado nuestra sociedad para su futuro, la juventud que vive secuestrada en los ideales y las prácticas políticas y sociológicas de la década de los setenta en el esplendor de 2024, es la juventud a la que se le culpa de todo sin haber hecho nada. Esta es la juventud guineoecuatoriana.

En ocasiones, surge en mí bemoles por escribir algo más grosero, que haya políticos de nuestra sociedad que dicen que a los jóvenes les falta cultura del esfuerzo. Es algo que piensan no solo muchos políticos, sino también muchos adultos de nuestro país que se han aburguesado por familiarismos, por enchufismos o por haber robado simplemente. Desde el principio de los tiempos, cada generación se ha quejado de que los jóvenes trabajan menos que ellos. Ahora, que te diga que eres vago un político de nuestro país o un militar, que muchos de ellos han acabado en política o en las academias porque no valen para otra cosa, es ya el colmo.

Como la memoria humana es muy corta, y sobre todo muy subjetiva, se les suele olvidar lo que pensaban los adultos de ellos cuando eran jóvenes. Ahora se quejan de que los jóvenes están enganchados a vicios, al alcohol, a drogas… etc. Pero la juventud solo está siendo beneficiaria de lo que le ha ofrecido la sociedad que les ha tocado vivir, de la educación que han recibido de sus adultos y, sobre todo, quieren dar respuesta a los proyectos sociológicos fomentados por estos y que han invadido su entorno como lo son: la pobreza, el miedo a sus líderes, el alcohol, la prostitución, las sectas, la violencia… etc.

En esta generación existe la misma proporción de trabajadores, vagos e intermedios que había en las anteriores. Lo que nos diferencia no es el esfuerzo, sino las oportunidades. Porque cuando la generación que nos antecede era joven, el país iba a más porque gozaron de extremas ventajas. Y ahora, a pesar de la apabullante retórica política de orgullo nacional, vamos a menos (por la sencilla razón de que llevamos ya décadas sin modernizarnos y muchos otros países nos están dando el sorpaso).

Veamos por ejemplo las charlas y conferencias organizadas por nuestros eruditos, en las que abordan temas que crean la comodidad y degusten a un contingente determinado, haciendo efecto multiplicador de la manera de pensar de estos.

 Está muy de moda en ellos hablar del emprendimiento, pero ¿Quién emprende y con qué se emprende? Si comer sigue siendo la máxima preocupación ¿Cómo podemos emprender y con qué? Las conclusiones han sido siempre las mismas, hacer el peloteo para intentar escalar, omitiendo de lleno el análisis crítico y el juicio ético. Pero no es para culpar a nadie, cada uno busca las triquiñuelas necesarias para sobrevivir en situaciones imposibles como la nuestra.

No ha sido nunca el joven el futuro de esta sociedad. El futuro ya fue repartido en la división tripartita. Nosotros solo somos instrumentos manejables y la consecuencia de una sociedad egoísta.  

No es de extrañar por tanto que, ante la indiferencia social y de los políticos hacia los jóvenes, muchos de ellos se desanimen y piensen en tirar la toalla o se vayan a los extremos de la política. Pero las cosas no tienen por qué ser así. Ojalá los jóvenes se den cuenta a tiempo de que la solución a lo que les ocurre pasa por hacer justo lo contrario de desanimarse: interesarse mucho más por las decisiones públicas que les afectan. E involucrarse seriamente, y sin polarizaciones baratas, en la política.

¿Es entonces la mentira política peor que la común? Ninguna mentira es considerada mejor que la otra, pero la mentira común puede tener reparos a corto plazo, mientras que la mentira política no solo hace daño al instante, sino que afecta de lleno a la sociedad en su conjunto y deja secuelas infinitas en la mente de sus víctimas.


Y estos somos nosotros… 




Benedicto Mitogo

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