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“No podemos seguir siendo madres en Guinea Ecuatorial”

Benedicto Mitogo O

 

Es la voz que alzan muchas de las jovencitas de nuestro país cuando llegan a la penosa decisión de abortar.

No es casualidad: – Comentaba lo siguiente un grupo de jovencitas ayer en un bar en Santa María III: “Es doloroso ver o imaginar a tu hijo crecer desnutrido entre larvas y moscas en barrios de mala muerte, donde el mosquito Anofeles celebra jubiloso la llegada de la nueva víctima dispuesto a ofrecerle lo único que adquirimos gratis en este país: el paludismo y la tifoidea. Resulta todavía más doloroso ver a otros hijos de un grupo reducido de gente o perteneciente a una distinguida familia bien protegida, viajando en coches de alta gama y recibiendo la atención sanitaria de lujo y la alimentación de calidad sin haber hecho ningún mérito, es doloroso…”

No es la falta de educación sexual ni el valor de poder cuidar a un hijo lo que nos lleva a esa drástica decisión, matizaban las jovencitas. Es la eterna miseria la que nos obliga a renunciar a la maternidad: nuestros padres vivieron en condiciones infrahumanas, nosotras nacimos en charcas de miseria, y no podemos seguir permitiendo el lujo de traer hijos al mundo sin nada que ofrecerles solo para poblar un país que no ofrece nada a nadie más que la miseria, la enfermedad y la muerte.

La idea de traer hijos al mundo es un gesto de felicidad y amor, comentaba otra jovencita: “duele ver crecer a tu hijo sin ninguna protección social, expuesto a cualquier fenómeno y señalado como un futuro delincuente que sin duda acabará en la cárcel siendo inocente o culpable.  Duele todavía más ver a tu hijo agonizando en la camilla de un hospital hasta que cruza el umbral de la muerte sin recibir ninguna atención medica por falta de dinero. Duele salir a prostituir por querer alimentar a un hijo que es atribuido al Estado, pero que este no reconoce porque el Estado ya tiene sus hijos y los trata como tal, el resto nacen para poblar la nación, ser gobernados, vivir de la miseria y morir penosamente…”  Por estas y otras muchas razones, hemos decidido no volver a ser madres en esta sociedad – concluía la última que tomó la palabra.

Esta visión de vida nos remite nuevamente a reflexionar sobre la falta de solidaridad y humanidad de muchos de nuestros dirigentes.

Desde que Guinea Ecuatorial comenzó a explotar la actividad forestal y sus vastos recursos petroleros en los años 90, los ingresos del país han sido controlados por un grupo reducido de personas de unidad familiar y amigos. En lugar de ser utilizados para mejorar la infraestructura, la educación y los servicios de salud, gran parte de estos fondos han sido desviados a cuentas privadas en el extranjero. Se han documentado numerosos casos de compras de propiedades de lujo, automóviles y otros bienes suntuosos por parte de la élite encargada de gestionar estos recursos, no siendo dueños de ellos, mientras la mayoría de la población carece de acceso a necesidades básicas.

Muchos de ellos han sido acusados en múltiples ocasiones de blanqueo de dinero y desvío de fondos públicos. Investigaciones internacionales han revelado que han gastado millones de dólares y euros en mansiones en Estados Unidos, Francia, Holanda, Portugal y Mallorca (en casos recientes), coches de lujo y artículos extravagantes dejando en declive la vida del ciudadano local, que se convierte en culpable de estos desastres y le tratan en consecuencia.

Esta malversación de fondos y la corrupción en nuestra sociedad han tenido un impacto devastador en la vida de los ciudadanos. El enriquecimiento ilícito de un grupo determinado y la consolidación de un sistema han frenado el progreso del país. Sin una verdadera solidaridad política y económica, Guinea Ecuatorial seguirá siendo un ejemplo de cómo un contingente puede explotar los recursos de una nación en beneficio propio, mientras su pueblo sufre las consecuencias de la corrupción y la represión.

En nuestra sociedad, los sistemas políticos han demostrado un desprecio sistemático por el bienestar de la población civil. Han priorizado la estabilidad de los regímenes políticos sobre las necesidades básicas de los ciudadanos. Desde este prisma de conocimiento, el sufrimiento y las carencias de la gente común no son una preocupación central, sino más bien una consecuencia de la represión y la falta de políticas sociales eficaces.

Muchos han considerado y consideran a la población como un medio para sus propios fines políticos y económicos, en lugar de un grupo humano con derechos y necesidades. En vez de responder con políticas de bienestar, muchos con poderes e influencias, optan por la fuerza para callar cualquier intento de protesta o reivindicación de derechos. Esta es la realidad tangible de nuestro país y la situación perenne de varias generaciones que han servido de objeto de manipulación ante ciertos individuos que no los han valorado nunca.

¿Por qué no retroceden la mirada en nosotros?

Vivir en Guinea Ecuatorial resulta todavía más caro, nadie presenta indicios de progreso individual sin ser cuestionado, pero el pueblo ya no puede seguir esperándolo todo del “papá Estado” – los bienes del Estado han sido repartidos por los dueños del Estado, no queda para nosotros, y esto último es el reflejo de la sociedad guineoecuatoriana.

 Desde su doctrina social, la Iglesia recuerda que el poder político no debe usarse para el beneficio de unos pocos, sino para servir a la comunidad. El concepto de solidaridad, implica entonces que los gobernantes deben actuar con responsabilidad, atendiendo las necesidades de los más vulnerables y promoviendo políticas que fomenten la justicia social. En contextos de crisis, esta demanda se hace aún más urgente, pues la falta de equidad y la represión pueden llevar al sufrimiento de millones de personas.

“El pueblo de Guinea Ecuatorial padece y pide un poco de solidaridad a sus dirigentes”

 

 

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